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[353]|Del 31/1 al 3/2 de 2017

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Argentina – Gradualismo, consistencia y política: El esquema de política económica implementado por la Administración Macri significó un giro de 180 grados respecto del heredado de su antecesora e implicó un avance significativo en términos de pericia técnica y sentido común. Dos puntos fundamentales y fáciles de entender en ese sentido pasan por, en primer lugar, haber dejado de prescindir del resto del mundo y, en cambio, haber buscado aprovechar al máximo las oportunidades que un contexto internacional aún favorable seguía otorgando. Y, en segundo lugar, haber enfocado a la política monetaria en el problema inflacionario, buscando que la demanda de pesos sea una consecuencia de las decisiones de los agentes económicos de acuerdo a sus necesidades transaccionales, sus expectativas y el impacto sobre ellas de las medidas de política económica. Y no un ejercicio de voluntarismo patriótico y/o una imposición regulatoria.

Sin embargo, como también hemos señalado en más de una oportunidad, el esquema de política económica local siguió teniendo problemas de consistencia dinámica hacia su interior. En particular, los avances, al menos, insuficientes en el frente fiscal condicionaron a la política monetaria, dejándola como única ancla de expectativas. Dada la magnitud de la herencia y los desafíos, la última quedó condenada a sobreactuar ese rol a fin de consolidar el proceso desinflacionario.

Además, aún a pesar de los significativos ingresos extraordinarios asociados el Régimen de Sinceramiento Fiscal, se generó una dinámica de endeudamiento que, si bien no es preocupante en el corto plazo dado el punto de partida (bajo) y que se pudo avanzar rápido para aprovechar el contexto externo aún favorable minimizando los costos financieros, no es sostenible en el mediano largo plazo. Y, además, implica un incremento de la vulnerabilidad externa al reincidir en el descalce de monedas (me endeudó en dólares, con ingresos en pesos y para afrontar gastos corrientes en pesos) y no es inocua para el resto de las variables macroeconómicas.

A decir verdad, esas inconsistencias dinámicas siempre fueron uno de los riesgos asociados a la estrategia de ajuste gradual anunciada e implementada por la Administración Macri. Para poner las cosas en claro. El gradualismo no tiene nada de malo. Sino más bien, todo lo contrario. Siempre es mejor hacer los cambios en forma progresiva e ir controlando desvíos y problemas, que avanzar en forma de shock y luego tener que lidiar con las consecuencias inesperadas.
Más aún, en el caso de la Argentina. Con una realidad social tan deteriorada luego de cinco años, ahora seis, de serrucho del producto con tendencia negativa y alta inflación. Es decir, el gradualismo en cierto sentido implica incorporar a la realidad social como una restricción más a la hora de diagnosticar, diseñar e implementar las medidas de política económica. Pues, existe una necesidad imperiosa de realizar los ajustes minimizando su impacto negativo sobre las variables sociales

Pero, como todo en la vida, el gradualismo no es gratis. Y eso nunca hay que olvidarlo. El gradualismo también implica desafíos significativos para los hacedores de política económica. Desafíos que, dado su rol como políticos (cosa que tampoco nunca hay que olvidar), muchas veces se dan de frente con las necesidades electorales. Muchos de los cuales alertamos hace exactamente un año.

En esta ocasión nos interesa volver a resaltar dos.

El primero está relacionado con la consistencia interna del esquema de política económica. En términos simples, si los objetivos en un frente de política económica van a ser perseguidos con determinado nivel de gradualismo, el ritmo debe ser el mismo para el resto de los frentes. Pues, al avanzar más lento en un frente que otro, surgen los problemas de consistencia dinámica que hemos mencionado a lo largo de todas las secciones anteriores.

Pues, un desequilibrio en un mercado o frente se compensa siempre con otro desequilibrio en alguno o algunos de los otros. Por ejemplo, en el sector externo, vía mayores presiones en pos de la apreciación del Tipo de Cambio Real Multilateral o un sendero de endeudamiento insostenible, afectando la sustentabilidad macroeconómica. O, en términos de política monetaria, vía una pérdida de eficiencia, que requiere de mayor dureza por el lado de las tasas para lograr los mismos objetivos. Obviamente, todos ellos íntimamente relacionados, pues todos nacen de lo mismo: la falta de consistencia.

Obsérvese que, desde el punto de vista político, no necesariamente hay incentivos para avanzar con la misma velocidad en todos los frentes. Porque, entre otras razones, en algunos de ellos pueden existir mayores resistencias sociales, haber más intereses en juego o, incluso, los beneficios pueden tardar más tiempo en ser percibidos por la opinión pública, entre otras razones posibles.

Por lo tanto, esa necesidad económica de avanzar en forma homogénea en más de una oportunidad puede resultar contraria a las necesidades de la coyuntura política.
El segundo está relacionado con otra noción de consistencia, que también es casi de sentido común. Se llama constancia. Si el tratamiento se va a aplicar en dosis, no sólo debe ser en dosis en todos los frentes. Además, debe ser constante. Cualquier retraso en la aplicación de una “dosis” en un frente, no sólo afectara la consistencia entre todos ellos, sino, además, respecto de todo el sendero de ajuste. Ergo, un ajuste gradual requiere de ajustes periódicos. O, lo que es lo mismo, de que se ajuste todo el tiempo, sin prisa, pero también sin pausa. Algo que en términos políticos es casi una aberración.

Concluyendo. Para que el esquema de política económica impulsado por la Administración Macri gane en consistencia durante 2017, mejorando sus niveles de eficiencia y sustentabilidad, necesitamos que la misma realice un esfuerzo significativo en términos de equilibrio y disciplina. Lamentablemente, que el presente sea un año inminentemente electoral, no pareciera ser un punto a favor. La experiencia desde el retorno de la democracia tampoco es auspiciosa respecto de la capacidad de los agentes políticos locales para tomar decisiones económicas con estándares tan altos en términos de disciplina y equilibrio político en pleno año electoral.

Pero lo “pingos”, se ven en la cancha. Consecuentemente habrá esperar el lógico devenir de los acontecimientos y esperanzarse con que el proceso de deterioro del contexto externo siga siendo tan progresivo como lo fue hasta ahora.