Por Gabriel Caamaño Gómez

Es evidente que la economía argentina enfrenta un nuevo evento disruptivo por balanza de pagos. Y que hitos como el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con su financiamiento y redefinición del esquema de política económica; el anuncio de la reclasificación a emergente de MSCI, con su expectativa de demanda adicional para los activos locales y, además, los cambios introducidos en el gabinete y en la conducción del BCRA, con un claro objetivo de oxigenar la gestión, no han logrado aún estabilizar las expectativas y, consecuentemente, descomprimir las presiones sobre el mercado de cambios y las tasas de interés. Ergo, el precio de los activos locales sigue cayendo.

El Tipo de Cambio Nominal (TCN) entre el peso y el dólar acumuló un ajuste de 53,7% durante los primeros seis meses de 2018. Sólo en junio, el ajuste acumulado por el mencionado TCN superó 15%. El principal índice del mercado bursátil local (el Merval) acumuló un retroceso de 47% medido en dólares contantes (ajustado por inflación de EE.UU.) en lo que va de 2018. En tanto, que el índice de bonos del Instituto Argentino del Mercado de Capitales (IAMC) retrocedió 18,1% en los mismos términos de medición y lapso temporal. Obviamente, el desempeño fue mucho peor para el subíndice en pesos frente al alternativo en dólares.

La tasa de referencia de la política monetaria, la del centro del corredor de pases a 7 días de plazo, que había cerrado 2017 en torno de 28,75% nominal anual se ubicó el viernes pasado en 40% nominal anual. Los depósitos a plazo fijo en pesos de entre 30 y 44 días, tasa pasiva, pasaron de promediar una tasa nominal anual (TNA) de 21,7% durante diciembre de 2017 a una TNA de 27,4% en junio de 2018. En el caso de los adelantos por cuenta corriente en pesos (con acuerdo de 1 a 7 días y por $ 10 millones o más), tasa activa, el incremento fue desde 31,2% a 43,3% TNA, respectivamente.

En ese orden, mañana, el BCRA dará a conocer su Relevamiento Mensual de Expectativas (REM) de junio. Es de esperar que las expectativas de inflación sigan incrementándose, aproximándose la mediana a 30% anual, y que sigan deteriorándose las de crecimiento, ubicándose la mediana ya bien por debajo de 1% anual y con un consenso claro de, al menos, dos trimestres consecutivos de caída contra el anterior.

Es decir, nuevamente característico de los eventos disruptivos por balanza de pagos, enfrentamos una recesión con aceleración inflacionaria. Lo que implica una expectativa de fuerte deterioro de los indicadores sociales y la distribución del ingreso. Porque, las crisis, por cuestiones de escala en la demanda de dinero, las estrategias de cobertura y de composición del consumo de los distintos deciles, entre otros, siempre las sufren más, los más vulnerables.

En otras palabras, el esquema de política económica local que había propiciado el Gobierno de Mauricio Macri para estabilizar la macro local (propiciar un ajuste gradual y ordenado de los desequilibrios macroeconómicos locales) fracasó. El proceso de estabilización se frustró y buena parte del ajuste por las malas que se buscó evitar, ya se está produciendo. También fracasó en su objetivo de impulsar una mejora sostenida de los indicadores sociales, en general y reducción de la pobreza e indigencia, en particular pues, lamentablemente, es esperable que en los próximos meses veamos un retroceso en ambos aspectos.

Habrá quien pueda encontrar como positivo algún aspecto del evento en cuestión y aferrase al mismo como estrategia comunicacional o, incluso, consuelo. Como ser, por ejemplo, la licuación de algún pasivo en particular, pero ese argumento sólo será sostenible en equilibrio parcial.

En equilibrio general, lo que está sucediendo es un evento disruptivo por balanza de pagos. Es por defecto, no por virtud. Es por imposición, no por elección. Y es el peor desenlace. Con implicancias negativas de mediano y largo plazos no sólo a nivel social, sino también, por ejemplo, para la demanda de activos locales, en general, y la demanda de pesos, en particular. Cuestiones que muchas veces esos análisis parciales omiten, pero luego lamentan al analizar la profundidad del mercado local.

Dicho todo, queda claro la imperiosa necesidad que tenemos por lograr estabilizar las expectativas y minimizar la crisis. Para retomar el proceso de estabilización y corrección sustentable de los desequilibrios locales remanentes. Siendo clave en el último caso no sólo el equilibrio fiscal sino también las reformas estructurales.

En ese sentido, esta vuelta el desafío de estabilizar tiene desafíos adicionales. El acuerdo con el FMI redujo significativamente el margen para intervenciones cambiarias y la cuenta capital y financiera está mucho más abierta que en otras oportunidades. Esos desafíos adicionales pueden sumar incertidumbre cuando se combinan con medidas espasmódicas y contradictorias de parte de las autoridades, dificultando aún más la faena.

Pero, en el fondo, sigue tratándose de lo mismo. Volver a convencer a los agentes económicos de nuestra capacidad para lograr hacer los ajustes y las reformas de forma ordenada, de forma que las expectativas comiencen a estabilizarse y las presiones empiecen a ceder por sí mismas. Si los agentes siguen dudando de la factibilidad del plan propuesto, de las capacidades de los ejecutores y/o de su consistencia, la divergencia continuará.

Cerrando. Hay dos cuestiones claves que suele obviarse y que sirven para entender por qué es necesario retomar el ajuste ordenado y evitar el ajuste por las malas, al que muchos en algún punto parecieran abandonarse. Aunque no de cualquier manera.

Primero, si algo dejan claro nuestras crisis recurrentes, es que los ajustes por las malas introducen correcciones que, al no modificar las cuestiones de base que dan pie a los desequilibrios macro, luego no son sostenibles en el mediano y largo plazos. Razón por la que las crisis se terminan repitiendo recurrentemente. Consecuentemente, como resultado de reiteración periódica, más que una solución por las malas, terminan convirtiéndose en una parte más del problema. Uno de los factores clave, por ejemplo, a la hora de explicar la degradación institucional.

Segundo, hay que evitar los atajos monetarios-cambiarios. Hemos enfrentado crisis por balanza de pagos con casi todos los regímenes monetarioscambiarios. Dicho lo cual, a esta altura de los acontecimientos debería quedar claro que el problema no se soluciona inventando la pólvora por ese lado, sino más bien resolviendo los desequilibrios macroeconómicos sin introducir nuevos problemas/inconsistencias con la elección del esquema de política económica, en general, y el monetariocambiario, en particular.

Ya sabemos qué funciona en materia monetaria en todo el mundo. Ya sabemos cuáles son los desequilibrios y cuáles sus causas. En ese sentido, la lista de pendientes tiene muchos años. La única duda sigue siendo si estamos a tiempo para evitar el ajuste por las malas.