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[Especial]| Cierre Fiscal SPNNF 2016

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Ningún análisis sobre el desempeño macroeconómico general de la economía argentina o de alguna de sus variables fundamentales durante el primer año de gestión del Presidente Mauricio Macri (MM) que aspire tener un nivel mínimo de consistencia debería obviar un dato fundamental: Durante ese período el ajuste fiscal del SPNNF fue, en el mejor de los casos, insuficiente. Y, en el peor, no existió.

Pues, en primer lugar, el gasto primario total del SPNNF no sólo no se redujo en relación al PBI. Sino que, por el contrario, se incrementó: Pasó de promediar un nivel de 24,4% del PIB en 2015, a alcanzar un nuevo máximo histórico de 25% en 2016.

En tanto, el gasto primario corriente y el déficit primario ordinario, aquel que no considera los ingresos extraordinarios derivados del Régimen de Sinceramiento Fiscal (RSF), se incrementaron perceptiblemente en relación a la misma variable. En particular, el primero pasó de promediar un nivel de 21,6%, en 2015 a uno de 22,7% en 2016. Es decir, acumuló un incrementó en torno a un punto porcentual, dada un nivel de dinamismo nominal que estuvo en línea con la tasa de inflación y por encima del PBI nominal. Aún más, reglones del gasto primario que deberían haber sido el foco de los mayores ajustes, como ser las transferencias corrientes, en general, y al sector privado (subsidios), en particular, no mostraron una evolución a tono con esas intenciones. Ni en términos reales, ni en relación al PIB.

En tanto, el déficit fiscal primario sin rentas (giro de utilidades del BCRA y uso de la rentabilidad del FGS del SIPA por parte del ANSES) y sin ingresos extraordinarios (RSF) redondeó un nivel en torno a -5,9% del PBI durante 2016. Es decir, casi un punto porcentual por encima del déficit primario registrado por el SPNNF en 2015 más la deuda flotante generada durante ese mismo período (4% + 1% = 5% del PBI, respectivamente) y 1,1 puntos porcentuales por encima de la meta fiscal 2016 (-4,8%)

En cambio, si se consideran los ingresos extraordinarios del RSF, el déficit primario, “ahora secas”, redondeó en 2016 un nivel de -4,6% del PBI, cumpliendo con la meta fiscal 2016, pero aun así superando el guarismo comprable de 2015 (-4%) y ubicándose sólo 0,4 pp por debajo del cálculo que incorpora al rojo primario 2015 la deuda flotante generada durante ese año (pero no le resta la que recibió ese año de 2014).

Todo esto, en un contexto de:

A) Mal desempeño real de los ingresos primarios ordinarios del SPNNF, en especial de los tributarios que, como resultado de la recesión, los recortes impositivos (Derechos Exportación y Ganancias) y las modificaciones realizadas en el esquema de coparticipación a favor de las jurisdicciones provinciales (15% ANSES y modificación coeficiente de CABA), se redujeron en 1,3 puntos porcentuales del PBI respecto de 2015.

En otras palabras, si los recursos primarios ordinarios no se hubieran reducido el resultado primario ordinario del SPNNF había sido de -4,6% del PIB. Es decir, aun en ese hipotético caso, el déficit primario ordinario derivado de la ejecución presupuestaria del SPNNF durante 2016 habría sido superior al rojo primario comprable de 2015 (-4%) y sólo 0,4% pp menor al guarismo que incorpora la deuda flotante generada durante ese último año (-1%).

B) Fuerte ajuste real del gasto del capital. El gasto de capital redondeó durante 2016 un alza nominal que estuvo muy por debajo de la tasa de inflación y de la tasa de crecimiento nominal del PIB, razón por la cual se redujo en más de 0,4 puntos porcentuales en relación al último (pasó de 2,7% en 2015, a 2,3% en 2016)

C) Fuerte incremento de las erogaciones en concepto de intereses de la deuda pública. Producto del impacto de la devaluación nominal y de las nuevas emisiones de deuda, la últimas mostraron un dinamismo nominal muy superior a la tasa de inflación y al PIB, promediando un nivel de 2,3% en relación al último, frente a un guarismo comparable que hizo lo propio en torno a 2,1% en 2015.
Por todo lo dicho, se desprende que el déficit financiero sin rentas del BCRA y el ANSES y sin recursos extraordinarios (RSF) del SPNNF se ubicó en 2016 en torno a 8,3% del PIB durante 2016, guarismo que superó en 2,2 pp al registrado durante 2015. En tanto, el déficit financiero a secas del SPNNF (aquel que incluye las rentas y los recursos extraordinarios) cerró en torno a -4,6% del PIB, 0,8 pp arriba del registro comprable de 2015.

Llegados a este punto, surge la pregunta clave. ¿Cuál fue el mix de financiamiento para hacer frente a ese rojo financiero históricamente elevado?

En primer lugar, estuvo el salvavidas que implicaron los recursos extraordinarios derivados del RSF por $ 106.760 millones (1,3% PIB) En segundo lugar, el aporte del BCRA vía, por un lado, giro de utilidades devengadas sobre sus reservas (emisión monetaria) por $ 109.617 millones (1,4% PIB) y, por el otro lado incremento del stock de adelantos transitorios y otras operaciones por $ 41.616 millones (consideradas todas ellas en conjunto, 0,5% PIB) En tercer lugar, hay que considerar la utilización por parte del ANSES de parte de las rentas obtenidas sobre el FGS del SIPA por $ 69.850 millones (0,9% PIB) Los 4,2 puntos restantes los aportó el incremento neto del stock de deuda pública nacional, en sentido estricto, neta de variaciones en las aplicaciones financieras.

Y es aquí donde está la principal novedad respecto de los años previos. Pues, la emisión monetaria (giro de utilidades, adelantos transitorios y otros) y el desfinanciamiento del FGS del SIPA aportaron sólo 2,8 de los 8,3 puntos. Es decir, poco menos de un tercio de las necesidades financieras totales. En 2015, esas fuentes habían financiado dos tercios del correspondiente rojo financiero.

Ahora bien. El desempeño fiscal no fue parejo a lo largo de 2016. Durante el primer semestre el gasto primario total y el ingreso primario ordinario del SPNNF crecieron prácticamente al mismo ritmo, confiriéndole un sesgo neutro al frente fiscal. En cambio, durante el segundo semestre de 2016, la situación cambió diametralmente. Pues, la tasa de crecimiento interanual del gasto primario superó en más de 20 puntos porcentuales a la registrada por los ingresos primarios ordinario y en más de 8 puntos porcentuales a la de los ingresos primarios a secas (incluyendo los derivados del blanqueo). Creciendo incluso varios puntos por encima del PBI nominal.

Todo dicho no es un dato menor respecto del funcionamiento del esquema de política económica y, menos aún, para el equilibrio macroeconómico local. En ese sentido hay, como mínimo, tres conclusiones inevitables:

1) Durante el segundo semestre de 2016 se abandonó del proceso gradual de ajuste del gasto público nacional y de reducción del déficit fiscal que se había anunciado al arranque de ese mismo año y ensayado incipientemente durante el primer semestre. Lo cual limitó la capacidad de la Administración Macri para avanzar en reducciones de la presión tributaria más agresivas y en línea con las medidas del primer trimestre de 2016, otorgando oportunidades para tomar la iniciativa en ese sentido, con mayor o menor nivel de responsabilidad, por parte la oposición. Las cuales, por ejemplo, fueron inicialmente aprovechadas en el caso del debate por la reforma del impuesto a las ganancias.

2) La esperada recuperación del nivel de actividad local (primero anunciada para el segundo semestre y luego implorada para el último trimestre de 2016) no fue sólo esperada. Por el contrario, durante todo el segundo semestre se la traccionó decidida y significativamente desde el frente fiscal. De allí el decidido sesgo expansivo que recuperó la política fiscal nacional durante ese período.

Esto también implica un cambio de enfoque, pues la Administración MM dejó de apostar a la oferta como tractora (producción, exportaciones e inversión productiva), para enfocarse nuevamente en el impulso fiscal a la demanda interna (consumo privado y obra pública) Recordemos que Argentina desperdició el período 2011-2015 insistiendo con la agotada estrategia del “tirón de demanda”.

3) La responsabilidad de seguir profundizando y afianzando el proceso de desinflación recayó en forma exclusiva en la política monetaria, lo que redujo la sustentabilidad y la eficiencia de ese proceso.

Al cierre de 2016, los cambios introducidos en la cartera económica alentaron expectativas de un mayor compromiso con los objetivos fiscales de cara lo que vendrá por parte de la Administración MM. Principalmente, dado el perfil de quien fue nombrado a cargo del ahora Ministerio de Hacienda.

Sin embargo, el condimento electoral de 2017, por un lado, y la excesiva cantidad de ministerios entre los cuales efectivamente se reparte la ejecución del gasto público, en general, y la cartera económica, en particular, por el otro, actúan en sentido contrario.

Pues, a decir verdad, es comparativamente muy poca la ejecución presupuestaria que maneja directamente el Ministro de Hacienda. Y, más aún, los renglones del gasto que deberían ser sujeto de las mayores correcciones están a cargo de otros Ministros, que son sus pares. Además de tener un impacto electoral relevante (transporte, energía, transferencias discrecionales a las provincias, entre otros)

Ergo, si efectivamente hay un mayor compromiso con los objetivos fiscales, no dependerá tanto de quien sea Ministro de Hacienda. Sino, por el contrario, de la decisión del propio Presidente y de la coordinación que de la misma haga la Jefatura de Gabinete de Ministros.