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[352]|Del 13 al 17/06 de 2016

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Argentina – De nuevo con la consistencia y las metas: Hace ya varios meses, más de cuatro para ser exactos, escribimos varios artículos respecto de los costos asociados a la fijación de metas económicas inconsistentes y de la disciplina estoica que se requería para llevar adelante un proceso de ajuste fiscal gradual.

Empecemos por las metas inconsistentes. Las mismas lo eran desde el punto de vista del contexto externo, de la herencia y de las propias decisiones económicas. Pero, también, desde el punto de vista de la magnitud de los desequilibrios macroeconómicos heredados de la Administración CFK.

En términos más simples, desde el principio sugerimos que la estrategia oficial subestimaba la magnitud y el alcance de los desequilibrios, lo que llevaba a simplificar el enfoque y fijar metas de corto plazo excesivamente optimistas. O, alcanzables, sólo a costo de adoptar enfoques insustentables o poco eficientes en el mediano-largo plazo (inconsistentes temporalmente hablando)

En aquella oportunidad nos referimos en particular al objetivo inflacionario de 20-25% fijado por el propio Ministro de Hacienda para 2016.

Sosteníamos, en primer lugar, que el mismo resultaba excesivamente optimista sólo a la luz de la inercia inflacionaria, los elevados niveles de liquidez monetaria heredados, la devaluación asociada a la salida del cepo, la reducción o eliminación de los Derechos de Exportación, el fin de Registros de Exportación que en la práctica funcionaban como cuotas de exportación y el ajuste de las tarifas de los servicios públicos.

Peor aún, si se consideraba, por un lado, la magnitud del ajuste del vector de precios relativos que requería la economía local para superar el desequilibrio de la balanza de pagos y, por el otro lado, que ese ajuste iba a ser inflacionario y gradual. Esto último, como resultado de las propias decisiones de la Administración Macri de cara al ajuste del desequilibrio fiscal.

En segundo lugar, nos preguntábamos cual era el verdadero riesgo de fijar metas inflacionarias inconsistentes. Y concluíamos que el mal menor pasaba por aceptar el error y fijar una más acorde. En tanto, que el mal mayor pasaba por forzar a la política monetaria para alcanzar ese objetivo, aun cuando el mismo fuera excesivamente optimista e, incluso, inconsistente con el enfoque adoptado en el frente fiscal.

Cuatro meses después, la meta inflacionaria fijada para todo 2016 ya quedó obsoleta, pues fue consumida en los primeros cinco o seis meses, dependiendo del índice de precios que se elija.

Pero además, la sobreactuación exigida a la política monetaria tuvo como resultado que “de hecho” el Tipo de Cambio Nominal (TCN) volviera a jugar el rol de ancla de las expectativas inflacionarias y que, consecuentemente, el Tipo de Cambio Real fuera la variable de ajuste.

Léase, no sólo no alcanzamos el objetivo inflacionario. También hipotecamos buena parte del ajuste de precios relativos (entre bienes y servicios transables y no transables) que requiere la economía local para superar de forma sustentable los desequilibrios macroeconómicos de fondo, en general, y el de la balanza de pagos, en particular. Condición necesaria para lograr converger a un sendero de crecimiento sustentable. Y además, perdimos eficiencia en el proceso de estabilización del nivel de precios local. Pues, al menos, una parte de la desaceleración de las expectativas inflacionarias está asociada al uso del TCN como ancla.

Lamentablemente, la cuestión no se termina ahí. También hubo una promesa de crecimiento en el segundo semestre, que luego trocó en estabilización del nivel de actividad en el último trimestre y expansión por encima del ritmo de crecimiento de la economía mundial y del promedio de nuestra región en 2017. Al respecto, en la última actualización (abril 2016) de su informe sobre la marcha de la economía global, el Fondo Monetaria Internacional proyectó para 2017 una tasa de crecimiento de 3,5% real anual para la economía mundial y de sólo 1,5% para Latinoamérica y el Caribe.

Es decir, nuevamente, esa meta de crecimiento oficial para 2017 aparece, a priori, como demasiado optimista, dado:

En primer lugar, que la economía local no creció en los últimos cuatro años. Alternó suba y bajas, aun cuando durante buena parte de ese período el contexto internacional fue ampliamente favorable. Para colmo de males, la tasa de inversión en capital productivo fue baja y la infraestructura económica se saturó y deterioró perceptiblemente.

En segundo lugar, hay que poner las implicancias negativas en términos de dinamismo de corto plazo asociadas a la continuidad del proceso de ajuste fiscal y de la disciplina monetaria en pos de la estabilización del nivel de precios.

Un proceso de ajuste fiscal gradual implica necesariamente que no se ajusta todo en el año inicial, porque se seguirá ajustando en los subsiguientes. La situación inicial marca un nivel de déficit fiscal considerable (4,8% de déficit primario anual proyectado por MECON para 2016) e insostenible en el largo plazo, cualquiera sea la fuente de financiamiento elegida. Peor aún, dada la desaceleración progresiva del proceso inflacionario, suspender el ajuste durante un período no implica tan sólo un retraso, sino un rápido retorno a la situación previa.

En tanto, la disciplina monetaria compatible con la estabilización gradual del nivel de precios local requiere, como mínimo, que continúe reduciéndose el nivel de financiamiento monetario del rojo fiscal, reforzando la necesidad de ajuste en ese frente.

En tercer lugar, no podemos dejar de mencionar que lo más probable es que el contexto internacional continúe deteriorándose de la mano del cambio de signo del ciclo de liquidez mundial. Es decir, alza de tasas en dólares, fortalecimiento del dólar y debilidad para los precios de los commodities y monedas regionales. Proceso de ajuste que entró momentáneamente en modo pausa, ante el Brexit y la decisión de la FED de ralentizar el sendero de ajuste de la tasa de interés objetivo de los Fondos Federales.

Léase, comenzamos a encontrar, respecto de la proyección oficial de crecimiento para el segundo semestre de 2016 y para 2017, una situación similar a la que veíamos respecto de la meta inflacionaria 2016 a principios del presente año.

Ese excesivo optimismo puede ser contraproducente, no sólo por la pérdida de credibilidad que implica no alcanzar las metas por uno mismo fijadas. Si no, porque, además, puede combinarse con la necesidades políticas de un 2017 marcado por las elecciones legislativas de medio término, reforzando la tentación de suspender el proceso de ajuste fiscal. Ya sea directa (volviendo a atrasar tarifas) o indirectamente (aumentando otros renglones de gasto corriente, en general, y las transferencias al sector privado, en particular, que compensen los recortes en materia de subsidios a servicios públicos) Es decir, volver a un patrón de crecimiento donde la demanda interna, en general, y el consumo privado, en particular, sea el tractor.

Lo dicho, al igual que lo fue el uso indirecto del TCN como ancla de expectativas inflacionarias en el primer semestre de 2016, podría contribuir a recortar más rápido la distancia entre esa meta optimista de crecimiento y el desempeño real. Pero al costo de volver a reducir la consistencia del esquema de política económica local, pues estaríamos hipotecando buena parte de otro de los ajustes (el fiscal) que necesariamente tenemos que hacer para lograr converger a un proceso de crecimiento sustentable.